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martes, 25 de marzo de 2008

Origen de la delincuencia juvenil en Nicaragua




La delincuencia juvenil aparece cuando las oportunidades económicas, legítimas se ven limitadas por el desempleo. Es un fenómeno que causa desequilibrio en nuestra sociedad.
En su inicio se concentró más en puntos específicos de la capital; en los llamados cinturones de pobreza. En los últimos años se ha extendido por todo el país causando miedo en las personas; todos los días las autoridades reportan casos delictivos, dentro de los que se encuentran robos, asaltos, tráfico de drogas, violaciones y asesinatos. Según las estadísticas, tres de cada cuatro delitos son perpetrados por jóvenes entre los quince y los veinticinco años; utilizando arma blanca, arma de fuego y la agresión física.
Este flagelo ha tenido un desarrollo progresivo; producto del alto índice de desempleo que tenemos los nicaragüense. Una encuesta realizada por Borges y Asociados del 20 al 26 de julio del 2003, revela que el 40% de las personas entrevistadas, coinciden que la causa principal que genera este tipo de problema es el desempleo. En la región centroamericana ocupamos el primer lugar en cifras por falta de oportunidades laborales con un 12% en un universo total de 180,000 personas, que no tienen las mínimas condiciones para suplir sus principales necesidades básicas como son: la alimentación, la salud, la educación y un techo digno.


La carencia de estas necesidades afecta principalmente a los niños y jóvenes ya que son los sectores más vulnerables de la población en general. Todos aspiramos a un mejor nivel de vida, es un derecho que el ser humano tiene; desafortunadamente en nuestro país esas posibilidades se ven limitadas.
La falta de oportunidades hace que los jóvenes en algún momento de su vida lleguen a sentirse frustrados. Este hecho los obliga a buscar otras alternativas de escape a su situación, encontrando la solución en el mundo bajo de la delincuencia, caen en una trampa de engaño porque piensan que ahí está la solución. Las puertas se les abren a una nueva forma de libertad y rebeldía. En este lugar encuentran un espacio que la sociedad les negó, reproducen patrones de comportamiento característico del mundo delictivo. Su mentalidad se trasforma y adquieren una nueva manera de ver la vida. El precio que pagan por sus decisiones es muy alto.
Todos tenemos el deber de hacer algo por cambiar nuestra realidad. Debemos aprender de las naciones que han podido superar satisfactoriamente este problema. Parece una utopía, pero estoy convencido que con acciones concreta como las que ha venido implantando la Policía Nacional en pocos años podemos ver cambio muy sustancial.
Por ejemplo, un análisis hecho en varias ciudades de los Estados Unidos, se demostró que el descenso de la delincuencia había tenido como razón principal, los bajos niveles de desempleo y el aumento del salario mínimo.
Los jóvenes exigimos mayores oportunidades y que no sólo se nos tome en cuenta en campañas electorales. Necesitamos compromisos concretos de parte del gobierno para la solución del desempleo.
Cara de luna
Jack London
La cara de Juan Claverhouse era un fiel trasunto de la luna llena; ya conocen ustedes el tipo: los pómulos muy separados, la barbilla y la frente redondas, hasta confundirse con los rubicundos mofletes, y la nariz ancha y corta, como una pelota de pan aplastada en la pared, ocupando el centro de la circunferencia.
Quizá fuera ésta la razón del odio que sentía por él; su presencia me resultaba insoportable, y lo conceptuaba como una especie de mancha sobre la tierra. He llegado a creer que mi madre, durante el embarazo, tuvo algún antojo, algún motivo de resentimiento con la luna; qué sé yo...
Sea por lo que fuere, lo cierto es que yo lo odiaba, y no debe creerse que él, por su parte, me había dado motivo alguno, por lo menos a los ojos del mundo; pero la razón existía, no cabe duda, aunque tan oculta, tan sutil, que no encuentro palabras con que poder expresarla. Todos conocemos esta clase de antipatías instintivas; vemos por primera vez a un desconocido, a una persona cuya existencia ignorábamos y, sin embargo, en el momento de verla decimos: “No me gusta ese hombre o esa mujer”. ¿Por qué no nos gusta? ¡Ah! Lo ignoramos; no sabemos sino que es así, que nos cae antipático; eso es todo. Tal fue mi caso con Juan Claverhouse.
¿Con qué derecho era dichoso un hombre semejante? Nunca vi optimismo como el suyo; siempre risueño, siempre contento y siempre encontrándolo todo bien, ¡maldita sea!...